Bun

Bun nació entre los matorrales de una selva que parece estar siempre a punto de despertar. Sus padres le enseñaron a oír el murmullo de las hojas, a distinguir el crujido de una ramita pisada por una presa y a leer los signos de las huellas como si fueran palabras. En su clan tabaxi, la caza no era solo alimento, era una forma de conocimiento, una lengua con la que conversar con la naturaleza sin hacer ruido. Bun creció rápido, aprendiendo a moverse sin ser visto, a trepar árboles como un jaguar, a lanzar flechas con la precisión de una maza de sombras. Su primera gran prueba llegó cuando una manada de depredadores saqueadores invadió el claro donde su familia descansaba. Aunque logró que el clan se escondiera, no todos escaparon. A partir de entonces, Bun juró convertirse en un cazador capaz de anticipar a sus enemigos, de unir sigilo, rastreo y táctica en una sola disciplina. Abandonó la seguridad de la aldea para recorrer la frontera entre la jungla y las ciudades, a veces de día, a veces de noche, con un arco curvo, cuerdas y trampas hechas a mano, y un cuaderno de anotaciones en el que dibuja mapas de senderos, el rastro de bestias y las astucias de los ladrones. Es curioso, habla poco, escucha mucho, y cuando se decide a hablar, sus palabras son puntadas de seda que, como sus flechas, llegan con precisión. Como cazador, busca el equilibrio entre la violencia necesaria y la defensa de los que no pueden defenderse. No se preocupa de la gloria: su mirada está puesta en las sombras del bosque y en los pasos de lo desconocido, esperando la próxima huella que lo lleve a un nuevo desafío.